LITERATURA

                   
 13 ventanas hacia el otro lado

1ª Edición:



 

   
2ª Edición:


                                          




                                         

                                         
SINOPSIS:

Un bohemio sucumbe al entusiasmo hechizante que siente hacia un cuadro que parece estar encantado y acaba desbordando sus sentidos... Una extraña fuerza inspira a un periodista y escritor arrastrándolo a través de argumentos que después suceden realmente, tal y como los ha detallado en sus relatos... Un chiquillo suele ver a una extraña mujer en casa de su abuelo cuando le visita los fines de semana junto a su familia, una mujer que no existe realmente... Un hombre es detenido, le acusan de un crimen que no recuerda y le llevan a unas instalaciones donde le someten a una serie de interrogatorios y experimentos que le sumergen en las circunstancias más surrealistas... Os relato la experiencia de Edgar durante un experimento que realizó con el fin de dar fundamento a su tesis; tras inducirse a sí mismo "la muerte clínica", viaja por los recovecos de un mundo paralelo donde tiene unas vivencias extraordinarias... Un guardia de seguridad se encuentra con lo inverosímil durante su turno de noche en una exposición de aparatos de tortura... Mario tiene la capacidad de ver más allá y nos relata uno de sus casos más peculiares, en él nos cuenta la historia de una niña que ya no pertenece a este mundo... Javier se pierde en una de las etapas del "Camino de Santiago" y aparece en un pueblo enigmático donde tiene una serie de experiencias inauditas y se encuentra con un extraño individuo que, para su sorpresa, al salir del pueblo descubre que había fallecido cuarenta años atrás.

Esta es la sinopsis de varios de los trece relatos que forman mi segunda novela, algunos de ellos basados en casos reales, donde se mezclan el terror, el suspense y la ficción a partes iguales. Espero que sean de vuestro agrado y despierten en vosotros la misma fascinación que sentí yo mismo al escribirlos.




EL CUADRO DE ANDER: (primer relato de 13 ventanas hacia el otro lado).

 El cuadro de Ander


     Aquella fría mañana de enero, como casi todas las mañanas, Ander efectuaba su acostumbrado recorrido por el casco viejo de la ciudad de San Sebastián. Hizo una breve parada en la veterana taberna y como siempre pidió un café, un cruasán, y el diario. Exactamente treinta minutos después, tras comprobar la hora, se levantó del taburete y salió del local dirigiéndose calle abajo en dirección a la facultad, donde trabajaba en mantenimiento.



La espesa bruma matinal ocultaba el fondo del antiguo paseo, todavía inmerso en un profundo estado de silencio y quietud; aquel entorno ancestral, carente de bullicio a esas horas tan tempranas, le insinuó un presente ambiguo donde, en su ensimismamiento, imaginó haber retrocedido varios siglos atrás... Al entrar en la plaza de La Constitución se detuvo un momento y oteó a ambos lados adivinando la silueta de algún espectro madrugador como él precipitándose entre los arcos de piedra con suma rapidez por llegar a su destino y guarecerse del cortante frío. Por inercia volvió a mirar su reloj, y un golpe de decisión le hizo desviarse de su ruta, una vez más…, atravesó la plaza con sigilo y se detuvo delante del escaparate para observarlo detenidamente... No pudo evitar concederse aquel instante que prácticamente se había convertido en algo rutinario. Para él era una imagen sublime, hipnótica. Sentía cierta envidia y admiración por el autor que había logrado plasmar aquel espejismo en el lienzo..., era la imagen perfecta, su sueño, casi materializado. Se preguntaba qué ciudad sería aquella, y quién sería el afortunado que la retratara, que hubiese contemplado aquel paraje con sus propios ojos... Deseaba poseer el cuadro, pero su precio era desorbitante, un lujo que se le ofrecía demasiado caro.



A veces incluso se le pasó por la cabeza la tentación de hacer lo deshonesto, pero aquella obra no se lo merecía, sería una falta de respeto, hacia la obra y hacia sí mismo. Tendría que ganársela con honradez triunfante si algún día quería disfrutarla con total plenitud. En el fondo sentía un gran respeto por el arte, de hecho, él mismo era un poco bohemio; había pintado varios cuadros y escrito algunos fragmentos de poesía en un vano desvelo por sumarse al gremio artístico, pero su conflicto perpetuo con la cruda realidad le desorientaba y terminaba desquiciado. Su breve intento de sublevación, como en tantas otras ocasiones, acababa en el último cajón de la mesita... «El cajón de recuerdos olvidados», o en el viejo baúl... «El baúl de sueños fallidos», de imágenes deseadas, pero sin vida propia; no veía en ellas el resplandor que anhelaba, por más que lo intentó nunca consiguió reflejarlo. Le aplastaba, le asfixiaba no poder evadirse por unos instantes de este mundo tan enloquecido, y el tenue hilo de inspiración siempre se le escapaba dejándolo en la estacada y nuevamente a la deriva. ¡Cuántas veces había maldecido para sus adentros! Sentía fobia a intentarlo de nuevo, no se atrevía, temía otro fracaso y sabía de sobra que no podría soportarlo de nuevo. Resignado y encriptado en sus pensamientos se metió las manos en los bolsillos y continuó su camino, un día más.



Y otro día, y otro..., y así pasaron los meses. Temía que uno de esos días llegara el momento fatal, pero sabía que tarde o temprano algún caprichoso decidiría llevárselo, y a no mucho tardar.

Le arrebataría aquellos breves instantes placenteros... El cuadro tenía que ser suyo, sí, no podía dejar escapar esa oportunidad, no le iba a ocurrir de nuevo; no permitiría que los achaques del destino se interpusieran de nuevo eclipsando su pasión. Esa representación de la que se había enamorado, ese momento inefable en el tiempo debía de ser suyo, a toda costa, tenía que poseerlo. Ya estaba cansado de observarlo tras un escaparate, quería acariciarlo, contemplarlo cuando a él le apeteciera. Lo soñaba cada vez con mayor obsesión colgado en la pared de su austera habitación, frente a su cama..., poder admirarlo cada mañana y cada atardecer, perdiéndose en sus matices.



No pudiendo contener su ilusión por más tiempo una mañana lo decidió en un soplo de arrebato... «Aunque sea lo último que haga en esta vida», sentenció para sí mismo, ensimismado y frunciendo el entrecejo, como si el resto del mundo hubiese desaparecido ante su mirada, perdida en aquella expectativa... Fue al banco y retiró la cantidad requerida.



Sus pasos armoniosos denotaban su convicción. Sentía ese cosquilleo de ansiedad en el vientre y el corazón le latía frenéticamente.

«¿Y si se lo han llevado, por mera coincidencia? No, imposible, lo vi ayer mismo. Estará ahí, como siempre, esperándome, no me cabe la menor duda», deliberaba lleno de regocijo e impaciencia, obsesivo. Sí, por fin había tomado la gran decisión, estaba eufórico..., sintió deseos de arrancar en una desbocada carrera cuando divisó los arcos de la plaza al final de la calle... Apresuró el paso hasta que se situó frente al escaparate y lo admiró una vez más, desde el otro lado.



Cuando entró en la tienda de antigüedades le costó articular las primeras palabras, se quedó plantado en el sitio, boquiabierto. Observó a su alrededor, seducido por aquel maravilloso momento y absorto ante la atmósfera ancestral que evocaban todos aquellos objetos y artilugios, cada uno con su historia, con su leyenda; relojes de pared, espejos, muebles y utensilios de otro tiempo, una máquina de escribir, libros... Finalmente su atención se centró en el escaparate..., se acercó lentamente y acarició el marco dorado de la obra experimentando en su interior un estallido de entusiasmo y frenesí.



Vigiló con cierta dosis de recelo al anciano menudo mientras hacía los pliegues en el grueso papel y envolvía el cuadro como si tal cosa, rogando para sus adentros que lo hiciera con la mayor atención. Concluidos los trámites se dirigió calle abajo, extasiado, con su trofeo bajo el brazo y sintiendo un placer infinito. Caminaba sonriente deseando llegar a su casa para poder admirarlo a sus anchas con total privacidad. Por fin era suyo, todo suyo, se lo merecía.



Al llegar fue directo al salón, lo colocó sobre la mesa cuidadosamente y lo desenvolvió con paciencia. La perplejidad lo mantuvo paralizado unos segundos..., ahí estaba, todavía sobre el lecho de papel, casi tuvo miedo de tocarlo. Después de quitarse la gabardina remangó su jersey y se acercó prudentemente para observarlo, anonadado. Paseó las temblorosas yemas de sus dedos con suma delicadeza por su superficie apreciando los relieves de sus trazos y degustó su magnificencia, su esplendor. Aquel paisaje nocturno, aquella ciudad a orillas del mar, perfilada por la claridad de la luna llena. Los barcos atracados en la pequeña dársena, el reloj de la torre marcando las doce en punto, los carruajes, las casas y los diminutos personajes paseando por las viejas y estrechas calles adoquinadas..., el escenario de otra época. Parecía una imagen congelada, un instante, un segundo arrebatado al tiempo y encerrado para siempre en aquel lienzo; un sueño que desde aquel momento le pertenecía.



Rebuscó en el cajón del escritorio, cogió la lupa y se acercó a la pintura, aproximó la lente y graduó la distancia. Los trazos estaban definidos con una exuberante precisión, hasta en los más nimios detalles. Algunos de los personajes llevaban paraguas y, aunque en el cielo resplandecía la luna llena, sí que se adivinaban algunas nubes asediando el oscuro firmamento. Al fondo, tras la ciudad, se ocultaban varias estructuras montañosas entre la negrura celeste.

«Dios..., hasta se puede apreciar el blanquecino halo lunar», susurró, impresionado ante aquella asombrosa nitidez. Volvió a reparar en los personajes, en sus antiguas vestimentas..., incluso pudo distinguir los rasgos de la carita de la niña que paseaba junto a sus padres. Dos hombres en la entrada de un establecimiento desviaban sus miradas hacia una hermosa mujer vestida de blanco que pasaba por delante con talante altanero. Cerca de la dársena, un grupo de chiquillos lanzaban piedras a las oscuras aguas, estas se ondulaban en un sosegado oleaje manteniendo una mágica conjunción con el resplandeciente reflejo astral.



Aquella misma tarde la imagen se lucía esplendorosa en la pared de su habitación. Pasó varias horas contemplándola, recostado en su cama, embebido en sus reflexiones. Rehusó volver a fumar en aquel entorno por miedo a dañar la profunda nitidez de la obra.

«¿Quién habrá sido el autor?», se preguntó, como en tantas otras ocasiones, sin mayor pista que una simple rúbrica en la esquina derecha del lienzo que apenas se dejaba notar entre la tonalidad de colores. En el momento que adquirió el cuadro no dudó en consultar al anticuario, pero este no le supo responder con total claridad. Un día simplemente se lo empeñaron a un módico precio y no volvió a saber nada más del extraño anónimo; recalcó lo de extraño por sus modos, el tipo parecía algo angustiado, nervioso. Desde un principio advirtió su calidad, y tras una suerte de regateos finalmente llegaron a un acuerdo, de eso había transcurrido un año más o menos, que era el plazo que habían acordado para, en el caso de no volver a por él, poder ponerlo en venta, y así lo hizo.



Cada noche lo admiraba antes de apagar la luz, y poco a poco se fue acostumbrando a verlo allí, en sus innumerables veladas, haciéndole compañía mientras leía algún libro. De cuando en cuando desviaba la mirada quedándose absorto por unos instantes, medio hechizado. Se desprendía de sí mismo y el tiempo transcurría sin que se diera cuenta, perdía toda noción..., simplemente lo contemplaba atentamente logrando evadirse de la realidad. No se cansaba de fantasear, de imaginarse él mismo dentro de aquel paisaje nocturno, bello, misterioso y a la vez tenebroso. En ocasiones sentía que tuviera vida propia; cuando tenía la vista cansada creía notar como si los personajes hubieran cobrado vida, como si se movieran... Percibía cómo interactuaban... La mujer seguía caminando, con su talante altanero. Los carruajes se deslizaban calle abajo, la niña se balanceaba entre sus padres agarrada a sus manos, y los chiquillos correteaban mientras arrojaban piedras a las oscuras aguas, que se alborotaban meciendo el reflejo de la luna... Pero una noche algo le inquietó, en aquel instante dejó de jugar a cansarse la vista y vislumbrar fantasías con la imaginación. Se recostó suavemente sobre la cama y observó muy detenidamente..., la torre, el reloj..., las dos agujas del reloj estaban un poco separadas, o eso le pareció, señalaban las doce y cinco exactamente. Dudó unos segundos, se frotó los parpados y volvió a mirar el cuadro..., la imponente torre, las agujas del reloj... Los pelos se le pusieron de punta mientras sus mudos labios murmuraron: «Imposible, no... No es posible. ¿Qué diablos está pasando aquí?».



Al acercarse un poco más reparó en otro pequeño detalle..., la niña no estaba en el lugar de siempre, se encontraba un poco más desplazada, junto a la barandilla. Sus padres parecían hacer el gesto de llamarla, pero ella aparentaba estar distraída observando algo, como si mirara hacia el cuadro desde el otro lado..., como si le mirase a él... Se apresuró en buscar la lupa, corrió hacia el salón medio despistado y cuando regresó a su habitación la encontró encima de la mesita de noche, se puso frente a la imagen y escrutó muy detenidamente. Para su sorpresa lo encontró todo normal, todo estaba como siempre; la niña se columpiaba agarrada a las manos de sus padres, y el reloj marcaba las doce en punto. Aturdido y perplejo suspiró en un segundo reparador, dejó que la ansiedad saliera de su pecho y volvió a comprobarlo para asegurarse. No supo qué pensar e intentó buscar una explicación razonable. «¿Una alucinación pasajera? Tal vez», concluyó.



Llevaba un tiempo notando algo extraño, incluso tuvo sueños con vivencias dentro de aquel paraje nocturno. Soñaba que se encontraba allí, paseándose por aquella ciudad adoquinada, entre aquellos personajes pintorescos, entre aquellos antiguos edificios a orillas del mar..., y con la mujer vestida de blanco, que a veces creía vislumbrar a los pies de su cama... Su imagen se le antojaba demasiado real pues la veía justo al despertarse. La figura blanquecina permanecía frente a él unos instantes hasta que se desvanecía como el sueño, dejándolo con la incógnita.



También comenzó a tener pesadillas, cada vez más angustiosas, por las que cada noche se despertaba de un sobresalto empapado en un sudor frío, desesperado. En ellas veía cómo extrañas formas oscuras salían del cuadro y se deslizaban a su alrededor hasta detenerse a ambos lados de la cama al amparo de una espesa niebla que flotaba por toda la estancia. La claridad de la luna llena también penetraba a través de aquella ventana sobrenatural. Poco a poco las formas se le iban acercando y de golpe se abalanzaban sobre él agarrándolo e intentando arrastrarle mientras pataleaba desesperadamente para liberarse de sus garras. Devorado por el terror suplicaba a aquellos entes sin rostro que lo soltaran y lo dejaran en paz. Finalmente, los extraños seres regresaban a su mundo emitiendo leves murmullos y se disolvían en las oscuras aguas, justo en el lugar donde caían las piedras que lanzaban los chiquillos.



Varias semanas después le volvió a suceder... Tras el sobresalto, creyendo haber despertado de la pesadilla fue a la cocina a beber un poco de agua, después volvió a recostarse sobre la cama permaneciendo ensimismado unos instantes, evaluando la situación, lo que le estaba ocurriendo. Justo cuando estaba a punto de apagar la luz miró hacia el cuadro, entonces algo llamó su atención... Observó atentamente, sin pestañear..., el grupo de niños que correteaban y se acercaban al muelle, desde donde lanzaban piedras al mar... Sus movimientos eran casi insignificantes, le resultó algo turbador ver aquellos diminutos cuerpecillos titilando de un lado a otro. También notó el tenue balanceo de las oscuras aguas, y de nuevo un escalofrío recorrió todo su cuerpo cuando reparó en el reloj... Cogió la lupa de la mesita y se aproximó al lienzo..., esta vez las agujas señalaban la una en punto. Sintió los latidos de su corazón en las sienes, la respiración se le entrecortaba. Quería pensar que aquello no estaba sucediendo realmente, que se encontraba en otra de sus pesadillas y de un momento a otro despertaría. Examinó un poco más abajo, hacia la niña, que ya no estaba en su lugar, de hecho, no estaba. Buscó con la lupa, rastreó cada centímetro de la pintura y después volvió a colocar la lente sobre sus padres, que curiosamente parecían mirar hacia el cuadro desde el otro lado..., como si le observaran a él mismo.

«Esto es demasiado», balbuceó mientras frotó sus ojos con fuerza, aquello le pareció surrealista. Observando de cerca la imagen parecía congelada, aunque mantenía los cambios, todos excepto uno..., el reloj de la torre marcaba la una y cinco... El corazón le dio otro acelerón y su respiración se detuvo por completo. Un pequeño mareo le zarandeó de súbito, pero logró sobreponerse ante aquel descabellado y macabro espejismo. Volvió a comprobarlo, y de nuevo sintió que se le comprimía el pecho, la niña seguía sin estar... En ese momento escuchó un ruido extraño que le sobresaltó, se volvió a su derecha y lo que vio le hizo proferir un grito de horror... Allí, justo a su lado, en la entrada de la habitación..., sonriéndole con su carita angelical. Ander cerró los ojos fuertemente y al abrirlos la siniestra aparición se confirmó, para su espanto. La pequeña dio un pasito hacia adelante y otro hacia atrás..., otro adelante y otro hacia atrás..., como jugueteando. Soltó una pequeña risita y se mantuvo quieta unos instantes, después ladeó levemente la cabeza frunciendo el entrecejo en un gesto interrogativo…, poco a poco su expresión se fue volviendo más siniestra... Ander se quedó petrificado y los ojos se le pusieron como platos ante aquella aparente ilusión. De repente la niña se le abalanzó extendiendo sus brazos y él retrocedió mientras forcejeó en un vano intento por apartarse de aquel espectro que pareció entrar en su cuerpo.



«¡Dios!», vociferó al despertar de la pesadilla. Exhaló una fuerte bocanada de aire al tiempo que se incorporó en la oscuridad, donde aún percibió algunas secuencias residuales de la fantasmagórica alucinación, le costó un poco situarse. El radio despertador marcaba las 02:00 de la madrugada. Rápidamente encendió la luz y se acercó al cuadro, todo parecía normal. Las agujas del reloj de la torre señalaban las doce en punto, y la niña estaba entre sus padres. Descargó un suspiro de alivio y se quedó pensativo sin dejar de observar a la niña, suponiendo que quizás se estaría obsesionando demasiado... Entonces algo despertó su curiosidad, algo que al principio le pareció una pequeña brizna sobre el lienzo. Buscó su lupa, pero no la vio encima de la mesita, donde creía haberla dejado. Registró por el salón y después ojeó en la cocina sin conseguir encontrarla. Al volver a la habitación sacó sus gafas de lectura del cajón, se aproximó y ajustó la distancia del cristal para analizar con detenimiento un extraño objeto que tenía la niña en una mano, cuando lo distinguió se le cayeron las gafas al suelo..., el objeto esférico que sujetaba la niña con la mano derecha, parecía una lupa.



Se sentó a los pies de la cama frotándose las manos, después apretó los puños con fuerza corroborando que estaba despierto, creyó estar totalmente convencido de ello. Volvió a clavar sus ojos en la imagen y la examinó con cierta indiferencia.

«Pero ¿cómo es posible?», se preguntó una y otra vez, la cabeza le daba vueltas.

Abrió la ventana y se asomó para respirar un poco de aire fresco. La luna llena resplandecía en el oscuro cielo estrellado luciendo un esplendoroso halo..., entonces tuvo una súbita revelación al recordarse en esa misma situación la última vez que le pasó algo parecido. Se volvió y contempló la pintura con atención... Cayó en la cuenta de que le quedaban unos veintinueve días hasta que volviera a suceder. Sí, era en noches de luna llena, aproximadamente entre las doce y las dos de la madrugada cuando aquella imagen parecía interactuar con la realidad, reflexionó.

«¿Y si fuera una puerta, un vínculo entre las dos realidades?», se planteó mientras una hipótesis descabellada se deslizó entre sus pensamientos, una idea que sostuvo unos instantes y luego expresó en un susurro que le causó un estremecedor escalofrío.

«¿Y si pudiera entrar yo, a través de mis sueños?», concluyó al tiempo que se le pusieron los pelos de punta. Era una posibilidad que descartó en el acto y con rotundidad al recordar las tenebrosas pesadillas..., aquellas criaturas espectrales no le inspiraron buenos augurios, ni se le ocurriría intentarlo. Aunque la idea le fascinaba, más aún le aterraba.



Aguardó hasta el siguiente plenilunio mientras consideró las más diversas conjeturas acerca de la naturaleza de aquel misterioso cuadro que parecía estar encantado. En sí mismo no presentaba nada anormal, era un simple lienzo engarzado a un marco de madera, eso sí, una bella pintura que había conseguido cautivarlo hasta un punto obsesivo; una imagen que desde el primer momento le resultó fascinante, mágica. Sopesó la posibilidad de que tal vez se hubiera dejado sugestionar por el esplendor de la obra... Eso, sumado a su exaltado afán por poseer aquel logro artístico, para él inalcanzable, podría haberle provocado aquellos inauditos estados de conciencia. En el fondo deseaba que fuera así, que tan solo fuese víctima de su frustración. Sus propios deseos se habían transformado en delirios, unos delirios capaces de distorsionar su percepción de la realidad recreando en su mente imágenes y situaciones que no existían. Aunque había un pequeño detalle que escapaba a toda lógica y echaba abajo toda explicación racional, un detalle que a cada instante lo arrastraba más y más hacia el pozo de la desesperación... El objeto que tenía la niña en su mano.



Aquella noche la luna llena aparecía y desaparecía entre oscuros nubarrones que se apelotonaban amenazando con descargar su furia en cualquier momento. El paisaje nocturno, acariciado por una fuerte brisa, parecía vaticinar malos presagios. Ander paseaba por la playa, inquieto, aguardando a que llegara la hora, o más bien a que pasara la hora pues no se atrevía a volver a su casa, no quería dormirse esa noche y dejar que su imaginación, el maldito cuadro, o lo que fuera le jugara otra mala pasada, aunque en el fondo sentía una inevitable curiosidad por saber qué ocurriría en su habitación.



Dieron las doce, las doce y cuarto, las doce y media..., deambulaba arrastrando los pies entre la arena, enterrándolos cada vez más a medida que su angustia aumentaba a cada minuto que pasaba. Las campanas de la catedral sonaron a lo lejos en un único golpe que lo sacó de su trance..., dieron la una de la madrugada, lo que tuviera que suceder ya estaría sucediendo.



Contempló el paseo de La concha, solitario en una noche como aquella. Tan solo algún coche que pasara por la zona mostraba un atisbo de vida que al poco desaparecía tras el Hotel Londres. Miró al otro lado, hacia la zona del Bulevar... Una mujer caminaba despacio mientras su blanco vestido ondeaba a merced de la brisa…, en ese preciso instante se detuvo apostándose junto a la barandilla. Se fijó en ella con cierto disimulo, la extraña figura lo dejó desconcertado, le resultó incoherente. Agachó la cabeza y, con tranquilidad fingida, se acercó hacia las escaleras, sacudió la arena de sus pies y se puso las deportivas. Subió los escalones con lentitud y salió al paseo mirándola de soslayo, entonces la mujer se volvió y empezó a caminar en su dirección con elegante parsimonia. Ander ajustó su gabardina y se dirigió hacia ella, intrigado; el corazón empezó a latirle con fuerza al tiempo que su intuición le advertía lo peor. A medida que se aproximaron el pecho se le fue comprimiendo hasta dejarlo casi sin respiración. Su vestido blanco de otra época, sus guantes y su paraguas le despejaron de toda duda... Había visto antes a aquella mujer, montones de veces, sabía perfectamente de quién se trataba..., era la misteriosa mujer del cuadro. Al pasar a su lado los pies le flaquearon, se quedó atónito en el instante que percibió su aroma, sutil y embriagador, su largo pelo negro meciéndose con el soplo del viento. Ambas miradas coincidieron en un segundo seductor al tiempo que un torbellino de sensaciones le acribilló al contemplar su pálido rostro perfectamente moldeado. Su piel parecía irradiar una luminosidad propia entre las sombras que plasmaban la penumbra de su alma. Aquellos ojos oscuros, aquellos rasgos formaban una expresión que le caló hasta lo más profundo de su ser... En un arrebato detuvo sus pasos y se volvió repentinamente, pero para su sorpresa la mujer ya no estaba, había desaparecido. El eco de las campanas se perdió en el vacío de la noche marcando el primer cuarto. Ander se deslizó por las calles del casco viejo, enfrascado en sus pensamientos, anclados en aquella mirada, en aquel hermoso espejismo.



Entró en su casa y fue directo a su habitación. Encendió la luz y observó el cuadro con sumo detenimiento, jadeante tras la presurosa carrera... La mujer no estaba, se lo temía, y le angustiaba lo que tenía que suceder de un momento a otro; ella tendría que regresar, de alguna manera debía incorporarse a su realidad. Se propuso esperarla, pasase lo que pasase, necesitaba verla de nuevo, descubrir aquel secreto... Las campanas sonaron marcando los dos cuartos. Inspeccionó de nuevo el cuadro, el reloj de la torre marcaba la misma hora, todo lo demás parecía normal, excepto la mujer, que seguía sin estar. Se asomó a la ventana y al escrutar entre la penumbra vio cómo un gato negro cruzaba la angosta callejuela, la tranquilidad astuta del animal lo apaciguó unos segundos. Advirtió que estaba empezando a llover. Ander aguardó con desesperación al tiempo que las campanadas marcaron los tres cuartos, cada minuto ralentizaba aún más sus movimientos cautelosos..., y por fin, al fondo de la calle, entre la bruma distinguió su elegante semblante...

«¡Es ella!», musitó en una explosión emocional dentro de sí.



Observó cómo se acercaba con el paraguas abierto apoyado sobre su hombro, aunque no percibió ningún sonido en su caminar, elegante y majestuoso. Parecía que aquella figura levitara. Detuvo sus pasos frente al portal, se volvió inesperadamente y sus miradas coincidieron un instante antes de entrar. No oyó el traqueteo de la puerta, lo que sí escuchó de inmediato fue un chasquido a sus espaldas..., al girarse dio un respingo hacia atrás. Ella estaba en su habitación, justo en la entrada, mirándolo fijamente. Su expresión era glacial, pero cautivadora al mismo tiempo. En ese momento una extraña sensación lo envolvió hechizando su convicción... Sus hipnóticos y profundos ojos negros, su tez pálida y la belleza de su talante, una belleza salvaje que irradiaba fuerza y poder.

Armándose de valor se acercó hacia ella sin poder articular palabra alguna, extendió el brazo y acarició su sonrosada mejilla sintiendo una descarga... Las campanas comenzaron a sonar en la lejanía marcando las dos en punto.



Al día siguiente, el compañero de piso encontró a Ander tendido sobre su cama, sin vida. Poco después el forense dictaminó que había muerto de un paro cardíaco.



Cuatro semanas más tarde, Héctor, el nuevo inquilino, se hospedó en aquella misma habitación, era estudiante. Tras descargar el equipaje se asomó a la ventana para contemplar un día espléndido, después organizó la ropa y colocó sus libros en la estantería. Al meter las maletas bajo la cama descubrió un objeto que había tirado en el suelo, lo recogió y lo examino frunciendo el ceño en un gesto interrogativo antes de guardarlo en un cajón de la mesita..., era una simple lupa. Cuando se hubo acomodado decidió tumbarse un rato, el viaje había sido agotador. Se quitó los zapatos para estirarse sobre la cama, encendió un cigarrillo e intentó relajarse. Reparó en el cuadro que colgaba de la pared y lo observó con suma atención unos instantes hasta que, cediendo a la curiosidad, se acercó para examinarlo con más detenimiento...



Contempló aquel paisaje nocturno a orillas del mar… Los barcos atracados en la dársena, los carruajes, la luna llena perfilando los montes, el grupo de chiquillos correteando junto al muelle, la niña junto a sus padres... Dos hombres en la puerta de un establecimiento desviaban sus miradas hacia una pareja que pasaba por delante..., la mujer vestía de blanco, llevaba una sombrilla en la mano, o un paraguas, no lo distinguió muy bien. El hombre le pasaba el brazo por la cintura... Miraban hacia el frente con cierto aire romántico, como si contemplaran una estrella..., como si miraran hacia el cuadro desde el otro lado... Las agujas del reloj de la torre marcaban las doce en punto exactamente. Héctor se apartó del lienzo, ensimismado, preguntándose qué lugar sería aquel, y que época...



Esa noche la luna llena brilló esplendorosa en el cielo de San Sebastián.




EL REGRESO DE LA HECHICERA 
 
 

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SINOPSIS:


Tras atravesar una turbia etapa de contrariedades, Juan, el protagonista de esta novela decide aislarse una temporada. Encuentra una buena oportunidad y se muda a una antigua casa cerca de Gijón. Al cabo de un tiempo intuye que no está solo en esa casa.

Comenzará a verse envuelto en una serie de sucesos insólitos que le introducirán en un mundo surrealista, donde cada noche una extraña presencia interfiere en sus sueños. A través de los sueños le revelará una trágica historia ocurrida en aquel mismo lugar.
 
Juan realizará su propia investigación, una investigación que le conducirá al borde del abismo. Varios años después, descubre que la trágica historia que vio en sus sueños sucedió realmente, cuyos hechos giran en torno a un proceso inquisitorial consumado en el siglo XVI. Para su sorpresa descubrirá que la extraña presencia también existió realmente, y que fue una de las víctimas ajusticiadas en aquel proceso por brujería...
 
A partir de ahí, su forma de ver el mundo cambiará por completo, más aún al darse cuenta de que, sin saberlo, la presencia ha vuelto para formar parte de su vida...



EL SEGUNDO INQUILINO: (Extracto de el regreso de la hechicera)


Noche tras noche, aquellos sonidos espectrales e incoherentes se mezclaban con las angustiosas pesadillas que se repetían cada vez con mayor intensidad y contundencia. Temiendo que la soledad tuviera algo que ver con lo que me estaba sucediendo decidí que lo mejor sería quedarme en Gijón durante un tiempo. Me quedé en casa de mis padres y salí un poco con la gente que conocía, amigos y algún compañero del trabajo. De paso aproveché la oportunidad para saludar a Marta, una buena amiga..., bueno, nos conocimos durante unas sesiones para el tratamiento de la ansiedad que padecí tras el fallecimiento de mi padre unos meses antes, aquello fue muy duro para mí. También me ayudo con mi extraña fobia al agua, por aquel entonces era mi psicóloga. Después salimos juntos durante una temporada, aunque fue una relación relativamente corta. La rotura de esa relación fue uno de los motivos que me empujaron a romper con todo definitivamente. Ambos teníamos una personalidad fuerte, y en aquel momento creí que éramos incompatibles en algunos aspectos. De ningún modo la culpé a ella, ni a ningún echo en concreto por haber tomado aquella decisión; simplemente me sentía desmoralizado y desbordado por los reveses que estaba atravesando en un plazo tan corto. Perdí la serenidad y creí que el mundo entero se me estaba echando encima. Necesitaba huir y escapar de todo por un tiempo.


Tras dos o tres semanas retorné a la normalidad, continuando con mis quehaceres y actuando como si no hubiera ocurrido nada. Imaginaba que, después de todo, solo llevaba unos pocos meses viviendo allí, y tal vez no estuviera acostumbrado a estar en un lugar tan apartado del ruidoso tumulto.


Pasaron varios días hasta que recuperé la serenidad y la confianza, en los que aproveché cada minuto de mi tiempo libre para desembalar y organizar un poco las cosas del trastero. Pero cuando casi había conseguido olvidarme del asunto, un extraño y repentino acontecimiento me despojó de toda duda...


Transcurrió otra ajetreada y monótona jornada de la que retomé el camino a casa cansado del trabajo. Conducía con cierto despiste debido al aturdimiento, aun con las imágenes de los textos pululando en mi memoria después de tantas horas sentado frente al ordenador. Los veinte kilómetros de trayecto se hicieron interminables. Todavía no conocía bien el camino, y la intensa lluvia hizo que me desorientara y acabara desviándome un par de veces de la ruta hasta que finalmente conseguí llegar. Como no era demasiado tarde pensé que todavía dispondría de algún tiempo para revisar algunas anotaciones después de darme una ducha y prepararme algo de cenar.


Al cabo de un par de horas mis párpados comenzaron a cerrarse. Hice un último esfuerzo por mantener la concentración y terminé de repasar unos apuntes en el temario. Tras subrayar los asuntos mas prioritarios del día siguiente di carpetazo. Subí un poco el volumen del televisor para escuchar el boletín informativo de las doce. El parte meteorológico anunciaba que se avecinaría mal tiempo para los próximos días, lo que me causó cierto desánimo pues seguramente se me chafarían algunos planes que tenía previstos para el fin de semana. Me levanté del sillón con gesto de resignación y bastante aturdido, coloqué las anotaciones en el maletín y lo dejé todo preparado encima de la mesa. Subí a mi habitación y saqué otra manta del armario, hacía bastante frío. Sin más, activé la alarma a las ocho en punto, sintonicé un programa en el radio despertador, y por último el botellín de agua, y un par de somníferos, como de costumbre. A pesar de la fatiga no quería correr el riesgo de desvelarme.


Todo estaba en calma, tan solo se escuchaba el golpeteo de las gotas de agua sobre el lloroso cristal de la ventana. Al otro lado, el sonido de la intermitente pero persistente lluvia moldeaba el silencio nocturno...


En mi mente se sucedían las imágenes de los acontecimientos más significativos que tuvieron lugar cuando vivía en la ciudad, justo antes de comprar la casa. Y, aunque solo habían transcurrido unos meses y me situaba a unos pocos kilómetros, más bien parecía que fuesen recuerdos de un pasado lejano, acontecidos en un lugar remoto. En ese instante volví a tener esa sensación de no saber con certeza qué diablos estaba haciendo allí. Quizás me habría propasado demasiado al tomar la determinación de aislarme, de vivir solo, pero por otro lado atendía a mis razones.

Me pregunté si estaría haciendo lo correcto o no. De todos modos, siempre había deseado eso de “irme a vivir a una casita en el campo, sin que nadie me moleste”, y cuando vi la oportunidad la aproveché. Deseaba estar a mi aire, amparado y seguro en mi escondite, refugiado tras mi empalizada. Allí podía estar a mis anchas, apartado del tumultuoso y disparatado engranaje mediático.


La verdad es que necesitaba un cambio, un periodo de intimidad y aislamiento que me ayudaría a situarme mejor, reorganizar mis ideas y forjar nuevos planes de futuro, nuevas estrategias.

Escuchando el hipnótico sonido de la lluvia, que arremetía cada vez con mayor fuerza, me dejé arrastrar por el sopor y comencé a sumirme en un profundo sueño, el cual, todavía con algo de consciencia esporádica intenté controlar, si el tema por el que se deslizara mi inconsciente tratara sobre alguna que otra preocupación que hubiera podido surgir el día anterior; di media vuelta o simplemente cambié de postura para volver a retomar la placidez, finalmente cedí...


Caminaba entre la maleza al tiempo que notaba una presencia detrás de mí. La presencia, a la que no podía ver el rostro por mucho que lo intentaba, me iba indicando por donde tenía que dirigirme, o me avisaba si en algún momento teníamos que detenernos para precisar la dirección correcta. Simplemente me limitaba a seguir el rumbo que marcaba con su dedo índice cada vez que elevaba su brazo, y a deducir el sentido de sus gestos. A medida que avanzábamos podía escuchar cómo me susurraba algo al oído, pero no encontraba ningún significado en la nota de sus palabras. Más que sus palabras, comprendía el lenguaje de sus gesticulaciones. Puso su mano sobre mi hombro mientras me conducía a través del tortuoso sendero... Nos abrimos paso entre la espesa cortina de niebla, en algún punto en el interior del espeso bosque, tan solo iluminados por la tenue claridad de la luna llena. Entre la penumbra se podían apreciar algunas sombras ocultándose tras los árboles; se deslizaban con suma rapidez a nuestro alrededor, pasando de un árbol a otro con sigilo, parecían seguirnos. Yo las observaba con cierta inquietud, y creía escuchar sus murmullos. Estaba un poco asustado. Todo parecía muy extraño e incoherente. Aunque la presencia, no sabía por qué, me hacía sentir cierta seguridad dentro de aquel inhóspito lugar encantado.


Al salir de la espesura me di cuenta de que el cielo estaba empezando a clarear, y la niebla se iba disipando dejando al descubierto el inmenso valle. Las oscuras siluetas se quedaron atrás, ocultas en la oscuridad. Al fondo, el sol anaranjado asomaba entre las montañas tiñendo el cielo con una tonalidad ambarina que evocaba tristeza, tragedia. La humeante bruma comenzó a brotar entre la húmeda vegetación al contacto con los primeros rayos solares...Volví a sentir su mano sobre mi hombro y proseguimos el camino ladera abajo. A lo lejos se podían distinguir algunas casas del pueblo, y el campanario de una iglesia. En ese preciso instante la nostalgia saboteó mi curiosidad, y en mi pecho empecé a sentir el cosquilleo de mil emociones reprimidas. Tuve el presentimiento de que nos encontraríamos con alguien, alguien a quien seguramente había conocido en el pasado. No sabía exactamente de quién se trataba, o no lo recordaba, no estaba seguro. Pero en las palabras abstractas que pronunciaba mi extraño acompañante creí distinguir un nombre que me sonó de algo... De repente una extraña sensación se apoderó de mí..., la angustia se volvió abrasadora... Intuí que había pasado algo malo...


De pronto abrí los ojos y aspiré una fuerte bocanada de aire. Me recosté sobre el lado izquierdo y me mantuve quieto unos segundos hasta que conseguí despejarme. Solo miré fijamente hacia la ventana mientras repasaba cada detalle que pudiera recordar. Las imágenes del sueño se fueron diluyendo entre la oscuridad de mi habitación, aunque la ansiedad aún persistía. Giré la cabeza inconscientemente y comprobé que detrás de mí ya no había nadie... Sentí cierto alivio al situarme de nuevo en la realidad...

– Otra vez la maldita pesadilla – musité mientras me frotaba los ojos. Cogí el botellín de agua y le di un par de tragos, luego esperé un tiempo prudencial e intenté pensar en otra cosa. Las lejanas campanadas precedieron al informativo de las dos. Apenas presté atención a las noticias. Bajé un poco el volumen del aparato hasta dejar un tenue murmullo radiofónico de palabras casi ininteligibles. Aquel leve sonido me reconfortaba, hacía que me sintiera menos solo. Di media vuelta y me escondí entre las sábanas... Las imágenes inconexas reaparecieron, y volví a situarme ante el melancólico paisaje, junto a la extraña presencia, en el mismo camino...


Después de atravesar una estrecha y cavernosa gruta llegamos al río. Conocía esa zona, estaba cerca de mi casa, pero el escenario era muy diferente, lo notaba algo más desolado, grisáceo.

No muy lejos divisé a un grupo de gente, era la gente del pueblo. Se encontraban en la orilla, conversando entre ellos..., por sus gestos deduje que estarían discutiendo por algún motivo. Señalaban hacia el río, en donde flotaban trozos de madera alrededor de lo que parecía la quilla de una pequeña embarcación medio hundida.


La ansiedad comenzó a engullirme de nuevo a medida que me acercaba. Me detuve a una distancia prudencial. En aquel instante pude observar como, a los pies de aquellos hombres,

comenzaron a chapotear unos cuantos peces que parecían haber salido solos del agua, una vez fuera aleteaban agonizantes ante el asombro del grupo.


Al reparar en mi presencia el grupo cesó el murmullo, todos dirigieron su mirada hacia mí. Advertí una temerosa expresión en sus rostros que fruncían el entrecejo, observándome fijamente. Me sentí acribillado por sus miradas, y un azote de culpabilidad me atrapó llevándose con sigo todas las demás emociones. Inesperadamente, detrás del tumulto apareció una joven de tez pálida, con el pelo negro y de semblante esbelto a la que creía conocer, su cara me resultaba muy familiar. Sorprendido, vi que hacía el gesto de llamarme. La presencia, que aún seguía detrás, me incitó a que avanzara hacia ella. Me aproximé con cierta cautela hasta situarme a su lado. Cogió mi mano y tiró de mí para que la siguiera. Aunque sentí cierto temor, accedí. Avanzamos por la orilla del río y dejamos atrás al grupo de gente. Un poco mas adelante nos introducimos en un desfiladero donde la luz disminuía a causa de la densa vegetación. Durante el trayecto seguía percibiendo la presencia a mis espaldas. En ese preciso instante empecé a dudar, el miedo instintivo afloró en mi interior... Quería soltar su mano, pues ignoraba hacia donde quería llevarme y con qué propósito.

Justo en ese momento desperté lleno de angustia, con el cuerpo empapado en un sudor frío, sumido en ese estado en el que aún no estaba convencido de si realmente estaba despierto; algunas imágenes del sueño seguían barajándose en mi mente... Tras unos segundos me despejé e intenté girarme para cambiar de postura, entonces noté algo extraño... Instintivamente miré a mi derecha, pero solo distinguí la forma de algunos objetos en la penumbra. Estaba convencido de que había despertado, aunque todavía seguía notando una ligera presión... ¡Como si alguien continuara sujetándome de la mano!... Intenté mover el brazo, pensé que quizás se me abría quedado dormido, entonces sentí como la presión se hizo más fuerte... ¡De repente algo tiró bruscamente de mi!...

 En un sobresalto, hice un forcejeo para liberarme de aquella misteriosa fuerza al tiempo que me incorporé de inmediato mirando hacia todas partes, asustado y claustrofóbico. Aquella fuerza inexplicable casi consiguió sacarme de la cama...


La radio seguía encendida, emitiendo el boletín informativo. Los dígitos azules del reloj marcaban las tres y dos minutos de la madrugada. La incertidumbre y el pánico me mantuvieron paralizado unos instantes con el corazón muy acelerado.

Miré hacia la entrada de mi habitación, con el pensamiento desorbitado, todavía sumido en aquel impresionante sueño que por primera vez recordaba con plena nitidez. Aún podía observar con cierto asombro la silueta de la delgada muchacha. La imaginaba allí mismo, en mi habitación, apoyada con gesto pícaro sobre el marco de la puerta, observándome...


Me froté los ojos y me quedé inmóvil, sin pestañear, asegurándome de aquello que me estaba dejando helado, perplejo y sin capacidad de razonamiento alguno... La duda comenzó a asaltarme de nuevo haciendo que mi respiración se ralentizara hasta detenerse por completo... Aunque lo intenté, no fui capaz de mover ni un solo musculo...


La extraña figura que momentos antes creí imaginar, seguía allí... Al principio no le di ninguna importancia al suponer que solo era fruto de mi imaginación; una simple imagen residual de la impactante pesadilla que me cegó hasta el alma.

Mi desconcierto aumentó segundo tras segundo a medida que advertía mayor realismo en aquella persistente imagen que parecía ser real, se mantenía estática... ¡Estaba allí mismo!

La tenue claridad que entraba por la ventana revelaba sus fantasmagóricos contornos como si fuese una proyección. Incluso podía apreciar sus parsimoniosos movimientos. El espanto inundó todos mis sentidos en aquel instante, mientras observaba con detenimiento y extrañeza aquel espectro que parecía mirarme fijamente...

Mi pulso se aceleraba a cada segundo que transcurría. Pensé en la posibilidad de que fuera alguna alucinación, o que realmente se tratara de alguien que se hubiera colado en mi casa, pero, ¿Quién podría haber cometido tal osadía?


Extendí el brazo con sigilo y busqué el interruptor de la lámpara de la mesita. Con la mano temblorosa tanteé a ciegas sin poder encontrarlo hasta que, empujado por la desesperación, giré de un brinco, agarré la lámpara y... Por fin la luz se encendió. Cuando volví a mirar, la misteriosa imagen había desaparecido, allí no había nadie. Sentí un gran alivio y mis pulmones descargaron un fuerte suspiro de tranquilidad mientras me repetí a mí mismo varias veces: “Todo ha sido un mal sueño, una simple pesadilla, nada más”.


Deambulé el resto de la noche por el salón, con las luces encendidas, la televisión puesta y una taza de café, que temblaba entre mis manos. De vez en cuando me asomaba por la ventana, había dejado de llover y el cielo estaba casi despejado, dejando ver, entre algunas nubes, el tenue y parpadeante brillo de algunas estrellas, la luna se ocultaba tras los montes...


No conseguí salir de mi asombro ante lo ocurrido, no pude darle explicación alguna. Tras un buen rato andando de un lado para otro acabé recostándome sobre el sofá en compañía de Bob. El animal estaba muy nervioso y atento, parecía que él también hubiera visto algo.

Permanecí frente al televisor, sin prestarle atención. De vez en cuando, con cierto espasmo dirigía la mirada hacia la parte de arriba de las escaleras donde se situaba mi dormitorio. No logré descansar desde aquella espeluznante visión salvo un par de horas, sin llegar a dormirme del todo.


La alarma del radio despertador se repetía una y otra vez, e insistentemente volvía a desconectarla de nuevo hasta que en un movimiento torpe tiré el aparato sobre la alfombra. Tanteando con los ojos casi cerrados lo recogí y miré la hora, ya eran más de las ocho y media. Me incorporé de un salto y me vestí presuroso. Llegaría media hora tarde al trabajo, cosa que sin duda achacaría al tráfico y a la distancia de mi nuevo domicilio si llegara el caso de que tuviera que dar alguna explicación. No obstante, cuando entré en el edificio deambulé con rapidez y sigilo por los pasillos. Cogí el ascensor y subí a la tercera planta, accediendo a la cuarta por las escaleras para no pasar por delante del despacho del subdirector y así evitar el posible encontronazo. Recorrí con naturalidad el último tramo de pasillo y por fin llegué a mi departamento...


Ese día me sentí un poco desorientado y algo aturdido. Por mucho que me esforcé en mantener la concentración, no pude evitar que mis pensamientos repitieran una y otra vez la misma escena en mi cabeza, tan solo interrumpidos para volver a recrear el curioso sueño. Necesitaba convencerme de que todo había formado parte de la misma pesadilla, una escalofriante pesadilla que pareció ser demasiado real.


Intenté buscarle a todo aquello una explicación lógica y verosímil. Por otro lado, sentía en todo momento la sensación de haber visto antes a la misteriosa muchacha. Por mucho que me empeñara en olvidarme de ello, no podía evitar la tentación, sentía ese cosquilleo de la curiosidad. Realmente su imagen me resultó muy familiar, la tenía al filo de la memoria...


Varios días después, sin esperarlo, me sobrevino por sorpresa un pensamiento fugaz. Una visión del pasado se abrió paso desde mi rincón de recuerdos olvidados... Aquellos rasgos, aquella mirada..., evocaban a la delgada muchacha con la que soñé aquella noche.

Aquella mañana me encontraba justo en la parte trasera de la casa arrancando unos cuantos hierbajos y jaramagos que sobresalían de las grietas en una vieja acequia. Por casualidad descubrí unas cuantas amapolas que curiosamente parecían haber crecido sobre una roca, me acerqué hacia ellas y las observé detenidamente... En ese instante, una sensación espontánea me dejó absorto, con la boca abierta y la mirada perdida... De golpe comenzaron a fluir las imágenes... Dejé que aquel recuerdo surgiera por si solo, sin forzarlo, por miedo a perderlo. Fue como un déjá vu. Aquellas vagas imágenes de mi niñez aparecieron en mi mente con cierta dificultad. Una tras otra, las escenas se fueron ordenando por si mismas hasta que adquirieron sentido en una sola secuencia que me sorprendió, los ojos se me abrieron como platos...


Seguramente se trataba de uno de aquellos domingos que solíamos ir toda la familia a pasar el día a la orilla del río, mi padre era muy aficionado a la pesca..., yo solía escabullirme para ir a jugar por el bosque, junto al arroyuelo...


A veces me encontraba con una muchacha por el camino, era alta y delgada, con el pelo largo y oscuro. En una de aquellas ocasiones, al pasar a mi lado me saludó sonriente, se agachó para darme un beso en la frente y me preguntó que hacía allí solo. Arrancó unas cuantas flores que había a su alrededor, formó un pequeño ramillete y me las ofreció... Las flores eran de color rojo, como las efímeras amapolas... Acarició mi mejilla y volvió a besarme, después me sugirió que volviera con mis padres. Al instante se dio media vuelta y continuó su camino mientras entonaba un dulce cántico... Observé como se alejaba... Se giró y levantó su mano para despedirme. La dulce melodía se fue disolviendo en la distancia... Su larga melena negra ondeaba a merced de un viento que, repentinamente, para mi asombro, pareció llevarse la delgada figura con sigo, o eso me pareció, simplemente se desvaneció, sin más. Creí que podría ser un hada, como las de los cuentos. Volví a mirar las flores, pensativo, después regresé junto a mis padres. Creo que aquella fue la última vez que la vi.


Una leve sonrisa se dibujó en mis labios... Supuse que aquel pequeño detalle, cuando la vi desaparecer, me lo habría imaginado. En la mente de un niño de unos cinco años todo es posible.


Aquellas escenas me dejaron un poco desconcertado pues se me antojaba su parecido. Pero de aquello hacía ya demasiado tiempo, y era prácticamente imposible que aquel recuerdo surgiera de mi subconsciente así como así, y menos aún que pudiera ejercer tanta influencia sobre mis sueños. No tendría ningún sentido, por lo que en aquel momento no le di mayor importancia.


Llevaba un tiempo sintiéndome raro, aturdido, notaba algo diferente en mí. Comencé a tener migrañas y algunos altibajos de tensión. Me hice varios chequeos, pero aparte de tener la tensión un poco alta todo lo demás estaba normal.

Óscar, un compañero del trabajo y amigo desde el instituto fue el único que se percató de que me sucedía algo, me notaba cambiado. Un día coincidimos casualmente en la cafetería de la empresa. Hacía tiempo que no nos veíamos, y nada más encontrarnos casi se me echó encima. Después de saludarnos me observó detenidamente de arriba a abajo, frunció el entrecejo y me preguntó si me encontraba bien, me veía un poco pálido y algo más fatigado que de costumbre…


– ¿Pero, dónde te metes? – preguntó mientras pasaba su brazo sobre mis hombros y me estrechaba la mano con fuerza– . Hace semanas que no te veo el pelo. – Bueno, que te voy a contar que tu no sepas... He estado bastante liado con la actualización de varios programas de cálculo y…, todavía sigo con el tema de la mudanza, de aquí para allá, lo de siempre. Además, la distancia me lo hace todo un poco más complicado... – ¿Todavía sigues con la mudanza? ¡Caramba, pero si llevas meses! – Es que entre unas cosas y otras apenas he tenido un segundo de respiro –expliqué sin mucho afán. – Ya veo, menudas ojeras que tienes amigo – adujo– . Deberías descansar más. – Lo sé, pero sabes que cuando me empeño en una cosa no paro hasta que la termino, ya me conoces. – El encuentro me pilló totalmente desprevenido y me quedé con la mente en blanco. No supe que otra cosa decirle, por lo que recurrí torpemente a las mismas excusas que ya había utilizado anteriormente. Al ver la típica expresión de extrañeza en su cara deduje que en aquella ocasión no logré convencerle del todo...
– ¿Cómo está Gloria? – pregunté intentando desviar la conversación.– Como siempre, ya sabes, ocupada con sus cursillos. Ahora está de viaje, en Madrid. Se ha ido con una amiga a ver a un monje hindú, para instruirse en no se que técnicas de relajación. Te manda muchos recuerdos. Haber si te pasas por casa algún día, tiene ganas de verte.– En cuanto termine con todo este trajín será lo primero que haga. Dale un fuerte abrazo de mi parte, ¿vale?– Descuida, se lo daré.– Marta me ha llamado varias veces preguntando por ti. Yo también te he estado llamando. ¿Por qué no contestas al teléfono?

–De veras que lo siento, pero es que últimamente ando un poco despistado, además, necesito un poco de espacio para organizarme. Lo nuestro no ha ido demasiado bien que digamos y..., bueno, me está costando superarlo.

–Tal vez deberíais hablarlo, no sé, aclarar las cosas y comenzar de nuevo. Está muy preocupada por ti, deberías llamarla... ¿Seguro que estás bien? – volvió a preguntarme al tiempo que me escrutaba con ojos analíticos–. Sabes que si me necesitas puedes contar conmigo, para lo que sea.

–Te lo agradezco, pero no te preocupes, estoy bien, de veras, es simplemente que ando un poco cargado, eso es todo. Cuando acabe con la mudanza te llamaré, ¿vale? –le dije mientras miraba el reloj, después me despedí aparentando tener prisa. Él se quedó allí, mirándome con extrañeza y un poco sorprendido por mi actitud evasiva.

A pesar de la gran pesadumbre y confusión que arrastraba era incapaz de encontrar ningún argumento coherente con el que poder explicarle a nadie lo que me estaba ocurriendo, ni yo mismo lo entendía.

Sentí la tentación de llamar a Marta por teléfono, necesitaba hablar con ella y explicarle lo que me estaba sucediendo, pero que iba a decirle, ¿Qué me estaba volviendo un paranoico? Estuve a punto de marcar su número varias veces, pero las dudas me asaltaban en el último segundo y colgaba. Decidí darle a todo un poco más de tiempo.

Una noche tras otra, aquellos incoherentes sonidos seguían desgarrando el silencio cada vez con mayor violencia... Chasquidos por doquier, ventanas que se habrían solas, golpes en el trastero, sillas arrastrándose por el salón, gemidos extraños... Paulatinamente, los ecos espectrales iban adquiriendo forma en mi mente; la forma invisible de alguien que me incordiaba en la oscuridad intentando taladrar mi cordura, a veces, incluso conseguía despojarme de la razón.

Durante el día la situación se hacía más sostenible, aunque no menos inquietante. A veces me sorprendía a mi mismo girando sobre mis talones de un golpe al presentir que había alguien a mis espaldas, cerrando las puertas a mi paso o subiendo el volumen del televisor. Pero por mucho que intentara evadirme y centrarme en mis asuntos, mis sentidos seguían captando una presencia, intuía que no estaba solo en la casa, de hecho, estaba casi convencido de ello. Aun así me negaba a reconocerlo. Aquella incertidumbre era lo que más me exasperaba, me sentía ridículo y abrumado.


Así pasé varias semanas, hasta que en un momento determinado, para mi propia sorpresa, comencé a experimentar como una inexplicable serenidad fue envolviéndome. No entendí la razón de aquella repentina mutación en mi comportamiento; me estaba habituando a aquellas extrañas circunstancias casi sin darme cuenta, y poco a poco dejé de atormentarme a su capricho. A medida que mis temores fueron desapareciendo empecé a sentir cierta curiosidad. Quería descubrir lo que estaba sucediendo.

Un día por fin decidí hacer frente a los hechos, analicé la situación paso a paso. En resumidas cuentas, todo debía de tener alguna explicación.

De lo que cada vez tenía más certeza, era de que a esas alturas no debía sentir ningún miedo, pues fuera lo que fuere, incluso teniendo en cuenta esa absurda y descabellada posibilidad, si quisiera hacerme daño ya me lo habría hecho. ¡Sí!, esa macabra probabilidad, y porqué no. ¿Por qué tendría que ser una locura el contar con esa otra alternativa? Allí estaban sucediendo cosas insólitas, cosas de las que yo era consciente y que no tenían otra explicación. ¿por qué no intentar enfocarlo de ese otro modo?

Entonces lo vi todo muy claro, intuía lo que realmente podría estar ocurriendo. Si lo miraba desde esa perspectiva todas las piezas encajaban...


–“Aquí hay algo más... Aquí hay alguien más”–. Aquellas palabras surgieron de mi interior como un gesto inconsciente que me proporcionó cierto desahogo. Necesitaba auto convencerme de ello.

A partir de ese mismo instante decidí enfocarlo todo desde otro ángulo...

Volvieron a mí esas oportunas conclusiones que en un principio intenté eludir atendiendo por todos los medios posibles a la lógica establecida, reacio a tan solo planteármelas, pues entonces me parecieron algo extravagante y disparatado.


Todos los síntomas que padecía, las irregularidades de las que fui objeto, respondían en toda regla a esa “otra lógica”. Y como por arte de magia, como por acción de algún conjuro, un gran alivio encendió en mi interior una chispa de claridad. Es más, vislumbraba en ello una gran oportunidad que el propio destino me brindaba. En el fondo sospechaba que, de alguna manera, ella podría ser...”Real”




                                 
 RELATOS Y REFLEXIONES
 



BUSCANDO UN CAMINO HACIA LA CLARIDAD





     Intento guardar las apariencias a medida que me aventuro a deambular por sendas y lugares desconocidos, pero aun así, a cada segundo que transcurre sigo queriendo tomar forma dentro de este maremágnum de opciones, dentro de esta especie de laberinto oscuro.
Ahora me doy cuenta de que durante todo este tiempo he escuchado sola y únicamente la voz de mis propias obsesiones, o quizás de mi propio ansia, cometiendo la osadía de creer que he tomado el camino correcto. Un camino que de nuevo me ha llevado hacia ninguna parte..., tal vez hacia esos instantes que una vez soñé, simples fantasías. ¿De dónde, de qué parte de mí surgió esa sensación, ese impulso al que he obedecido incondicional y ciegamente?
"¿Porqué tuvo que sucederme a mi?" Me pregunto a medida que sigo avanzando, cometiendo una y otra vez los mismos errores a cada paso que doy. Pero hay algo en mi interior que me obliga a continuar, aun a coste de tener que reprimir muchos de mis deseos, ya que sé que aún es muy pronto para saber gozarlos en toda su plenitud, ni siquiera el alba ha despuntado para que sea capaz de valorar el trecho recorrido. 

     De pronto detengo repentinamente mis pasos; reflexiono, e intento recordar desde dónde he venido, que dirección he tomado para llegar a donde estoy, recojo los instantes positivos y reanudo de nuevo la infatigable marcha pensando en la nueva lección aprendida.
Entre otras cosas, descubrí que para poder descifrar el porqué de algunas incógnitas, o incluso ver en mi propio interior, no he necesitado de ciencias ni religiones, ni tampoco de enseñanzas, sino del "Don" más antiguo que existe, el propio instinto.







     En cierta manera he comprendido que, a cada paso, algo en mi interior ha ido transformándose de forma evolutiva, para mi propia sorpresa y asombro; ¡yo, que creía conocerme a mí mismo!
Siento como si pudiera moldear mis propias emociones, aquellas emociones de las que era esclavo, que terminaban enturbiando y confundiendo mis sentidos en la orientación. Ahora creo ver mi rumbo con más claridad y determinación, ya que he dejado de creer en espejismos materiales...Ahora, sabiendo que no me queda nada que perder, no temo la locura ni la cordura, pues he dejado de ser objeto de catálogo. La necesaria soledad y aislamiento que me impuse me eximen de toda posibilidad de comparación, por lo tanto, he dejado atrás la envidia y la codicia. Mis ambiciones deben situarse por encima de todos esos valores deshonestos y mundanos.

     Y continúo el largo camino, con la mirada puesta en el horizonte, exento de magos que intenten promulgar vanas emociones; ahora sé que solo necesitaba de la naturaleza, del aire, tierra, agua, calor...y un sueño, algo que parezca inalcanzable, un verdadero desafío que por fin despertara mi curiosidad e intriga, algo que verdaderamente valiera la pena y aliviara mi agotamiento. Algo tan grande que pudiera eclipsar a todos mis demonios, e incluso que me otorgara un nuevo Dios.
Ahora que al menos creo haber despertado, ¡corro desesperadamente en busca del tiempo perdido!, de las respuestas que tanto ansío, de esa simple verdad...

Ahora, sintiéndome cazador y no presa de un destino.









     He buscado en los confines de la razón, atendiendo a la sensatez obvia, y sigo avanzando cauteloso, con cierta prudencia. Sé que con el tiempo y la propicia madurez podré descifrar el motivo de mis inquietudes. Hasta ese momento ansiado debo continuar solo mis andanzas, perdido en un único sendero que me guiará hacia no sé qué confines, dejando por propia necesidad mis burdas opiniones.

     Algunas veces pienso que alguien me ha maldecido. Recuerdo a duras penas aquella vida que una vez tuve, y a la cual renuncié no sabiendo entonces lo que hacía. Pero en resumidas cuentas, sé que todo esto debe de tener algún sentido, ha de tener algún significado, y eso es lo que precisamente me desconcierta, me incomoda, me da verdadero miedo; es el único motivo por el cual en mis sueños tengo una y otra vez esa misma angustiosa pesadilla; con la caída hacia el vacío infinito. Sintiendo que estoy a punto de precipitarme al abismo, experimentando ese vértigo, sin encontrar ninguna mano a la que poder agarrarme, sin ningún lugar donde esconderme y así encontrar algo de refugio. Después, solo oscuridad... Despierto repentinamente sintiendo gran pavor. Empapado en un sudor helado, observo aún las imágenes residuales de la espantosa visión que me caló hasta el alma.

Pero, ¿Cómo hubiera podido predecir que el destino me podría deparar esto?. Yo no lo elegí, por qué yo, si no lo quería; quienes se creen que son para tan siquiera condenar a un inocente imponiéndole estas directrices y utilizarle a su antojo. Luego, el desaliento, pensando en recurrir a la sumisa y burda suposición de que quizás todo sea mera patraña. No, me niego rotundamente.

     Continuo caminando hacia el horizonte, hacia ese lugar que aún no puedo divisar con claridad; el alba aún no ilumina el sendero. Tan solo me acompaña el nimio recuerdo de una melodía, una dulce melodía que de vez en cuando me hace sentir la ilusión de saber que aún sigo siendo humano... Ahora siento algo de familiaridad dentro de este entorno lleno de penumbra, que no es sino un transcurso de emociones que se han ido plasmando en mi propia realidad, y es donde poco a poco he podido descubrir mi fuerza... Para poder comenzar la búsqueda de un camino primero hay que estar verdaderamente perdido.

     Al final me he dado cuenta de que mi virtud siempre ha estado abrazada a mi condena. He hallado la lógica dentro de la ilógica; he aprendido a distinguir el bien dentro del mal, a encontrar la esperanza en las situaciones más oscuras, hacer posible lo imposible, a no quemarme con el fuego, a no sentir frío en el hielo, a no temer al ocaso, a continuar por el oscuro sendero... A moldear mi propio camino. ©





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