13 ventanas hacia el otro lado
Un bohemio sucumbe al entusiasmo hechizante que siente hacia un cuadro que parece estar encantado y acaba desbordando sus sentidos... Una extraña fuerza inspira a un periodista y escritor arrastrándolo a través de argumentos que después suceden realmente, tal y como los ha detallado en sus relatos... Un chiquillo suele ver a una extraña mujer en casa de su abuelo cuando le visita los fines de semana junto a su familia, una mujer que no existe realmente... Un hombre es detenido, le acusan de un crimen que no recuerda y le llevan a unas instalaciones donde le someten a una serie de interrogatorios y experimentos que le sumergen en las circunstancias más surrealistas... Os relato la experiencia de Edgar durante un experimento que realizó con el fin de dar fundamento a su tesis; tras inducirse a sí mismo "la muerte clínica", viaja por los recovecos de un mundo paralelo donde tiene unas vivencias extraordinarias... Un guardia de seguridad se encuentra con lo inverosímil durante su turno de noche en una exposición de aparatos de tortura... Mario tiene la capacidad de ver más allá y nos relata uno de sus casos más peculiares, en él nos cuenta la historia de una niña que ya no pertenece a este mundo... Javier se pierde en una de las etapas del "Camino de Santiago" y aparece en un pueblo enigmático donde tiene una serie de experiencias inauditas y se encuentra con un extraño individuo que, para su sorpresa, al salir del pueblo descubre que había fallecido cuarenta años atrás.
Esta es la sinopsis de varios de los trece relatos que forman mi segunda novela, algunos de ellos basados en casos reales, donde se mezclan el terror, el suspense y la ficción a partes iguales. Espero que sean de vuestro agrado y despierten en vosotros la misma fascinación que sentí yo mismo al escribirlos.
EL CUADRO DE ANDER: (primer relato de 13 ventanas hacia el otro lado).
El cuadro de Ander
Aquella fría mañana de enero, como casi todas las mañanas, Ander efectuaba su acostumbrado recorrido por el casco viejo de la ciudad de San Sebastián. Hizo una breve parada en la veterana taberna y como siempre pidió un café, un cruasán, y el diario. Exactamente treinta minutos después, tras comprobar la hora, se levantó del taburete y salió del local dirigiéndose calle abajo en dirección a la facultad, donde trabajaba en mantenimiento.
La espesa bruma matinal ocultaba el fondo del antiguo paseo, todavía inmerso en un profundo estado de silencio y quietud; aquel entorno ancestral, carente de bullicio a esas horas tan tempranas, le insinuó un presente ambiguo donde, en su ensimismamiento, imaginó haber retrocedido varios siglos atrás... Al entrar en la plaza de La Constitución se detuvo un momento y oteó a ambos lados adivinando la silueta de algún espectro madrugador como él precipitándose entre los arcos de piedra con suma rapidez por llegar a su destino y guarecerse del cortante frío. Por inercia volvió a mirar su reloj, y un golpe de decisión le hizo desviarse de su ruta, una vez más…, atravesó la plaza con sigilo y se detuvo delante del escaparate para observarlo detenidamente... No pudo evitar concederse aquel instante que prácticamente se había convertido en algo rutinario. Para él era una imagen sublime, hipnótica. Sentía cierta envidia y admiración por el autor que había logrado plasmar aquel espejismo en el lienzo..., era la imagen perfecta, su sueño, casi materializado. Se preguntaba qué ciudad sería aquella, y quién sería el afortunado que la retratara, que hubiese contemplado aquel paraje con sus propios ojos... Deseaba poseer el cuadro, pero su precio era desorbitante, un lujo que se le ofrecía demasiado caro.
A veces incluso se le pasó por la cabeza la tentación de hacer lo deshonesto, pero aquella obra no se lo merecía, sería una falta de respeto, hacia la obra y hacia sí mismo. Tendría que ganársela con honradez triunfante si algún día quería disfrutarla con total plenitud. En el fondo sentía un gran respeto por el arte, de hecho, él mismo era un poco bohemio; había pintado varios cuadros y escrito algunos fragmentos de poesía en un vano desvelo por sumarse al gremio artístico, pero su conflicto perpetuo con la cruda realidad le desorientaba y terminaba desquiciado. Su breve intento de sublevación, como en tantas otras ocasiones, acababa en el último cajón de la mesita... «El cajón de recuerdos olvidados», o en el viejo baúl... «El baúl de sueños fallidos», de imágenes deseadas, pero sin vida propia; no veía en ellas el resplandor que anhelaba, por más que lo intentó nunca consiguió reflejarlo. Le aplastaba, le asfixiaba no poder evadirse por unos instantes de este mundo tan enloquecido, y el tenue hilo de inspiración siempre se le escapaba dejándolo en la estacada y nuevamente a la deriva. ¡Cuántas veces había maldecido para sus adentros! Sentía fobia a intentarlo de nuevo, no se atrevía, temía otro fracaso y sabía de sobra que no podría soportarlo de nuevo. Resignado y encriptado en sus pensamientos se metió las manos en los bolsillos y continuó su camino, un día más.
Y otro día, y otro..., y así pasaron los meses. Temía que uno de esos días llegara el momento fatal, pero sabía que tarde o temprano algún caprichoso decidiría llevárselo, y a no mucho tardar.
Le arrebataría aquellos breves instantes placenteros... El cuadro tenía que ser suyo, sí, no podía dejar escapar esa oportunidad, no le iba a ocurrir de nuevo; no permitiría que los achaques del destino se interpusieran de nuevo eclipsando su pasión. Esa representación de la que se había enamorado, ese momento inefable en el tiempo debía de ser suyo, a toda costa, tenía que poseerlo. Ya estaba cansado de observarlo tras un escaparate, quería acariciarlo, contemplarlo cuando a él le apeteciera. Lo soñaba cada vez con mayor obsesión colgado en la pared de su austera habitación, frente a su cama..., poder admirarlo cada mañana y cada atardecer, perdiéndose en sus matices.
No pudiendo contener su ilusión por más tiempo una mañana lo decidió en un soplo de arrebato... «Aunque sea lo último que haga en esta vida», sentenció para sí mismo, ensimismado y frunciendo el entrecejo, como si el resto del mundo hubiese desaparecido ante su mirada, perdida en aquella expectativa... Fue al banco y retiró la cantidad requerida.
Sus pasos armoniosos denotaban su convicción. Sentía ese cosquilleo de ansiedad en el vientre y el corazón le latía frenéticamente.
«¿Y si se lo han llevado, por mera coincidencia? No, imposible, lo vi ayer mismo. Estará ahí, como siempre, esperándome, no me cabe la menor duda», deliberaba lleno de regocijo e impaciencia, obsesivo. Sí, por fin había tomado la gran decisión, estaba eufórico..., sintió deseos de arrancar en una desbocada carrera cuando divisó los arcos de la plaza al final de la calle... Apresuró el paso hasta que se situó frente al escaparate y lo admiró una vez más, desde el otro lado.
Cuando entró en la tienda de antigüedades le costó articular las primeras palabras, se quedó plantado en el sitio, boquiabierto. Observó a su alrededor, seducido por aquel maravilloso momento y absorto ante la atmósfera ancestral que evocaban todos aquellos objetos y artilugios, cada uno con su historia, con su leyenda; relojes de pared, espejos, muebles y utensilios de otro tiempo, una máquina de escribir, libros... Finalmente su atención se centró en el escaparate..., se acercó lentamente y acarició el marco dorado de la obra experimentando en su interior un estallido de entusiasmo y frenesí.
Vigiló con cierta dosis de recelo al anciano menudo mientras hacía los pliegues en el grueso papel y envolvía el cuadro como si tal cosa, rogando para sus adentros que lo hiciera con la mayor atención. Concluidos los trámites se dirigió calle abajo, extasiado, con su trofeo bajo el brazo y sintiendo un placer infinito. Caminaba sonriente deseando llegar a su casa para poder admirarlo a sus anchas con total privacidad. Por fin era suyo, todo suyo, se lo merecía.
Al llegar fue directo al salón, lo colocó sobre la mesa cuidadosamente y lo desenvolvió con paciencia. La perplejidad lo mantuvo paralizado unos segundos..., ahí estaba, todavía sobre el lecho de papel, casi tuvo miedo de tocarlo. Después de quitarse la gabardina remangó su jersey y se acercó prudentemente para observarlo, anonadado. Paseó las temblorosas yemas de sus dedos con suma delicadeza por su superficie apreciando los relieves de sus trazos y degustó su magnificencia, su esplendor. Aquel paisaje nocturno, aquella ciudad a orillas del mar, perfilada por la claridad de la luna llena. Los barcos atracados en la pequeña dársena, el reloj de la torre marcando las doce en punto, los carruajes, las casas y los diminutos personajes paseando por las viejas y estrechas calles adoquinadas..., el escenario de otra época. Parecía una imagen congelada, un instante, un segundo arrebatado al tiempo y encerrado para siempre en aquel lienzo; un sueño que desde aquel momento le pertenecía.
Rebuscó en el cajón del escritorio, cogió la lupa y se acercó a la pintura, aproximó la lente y graduó la distancia. Los trazos estaban definidos con una exuberante precisión, hasta en los más nimios detalles. Algunos de los personajes llevaban paraguas y, aunque en el cielo resplandecía la luna llena, sí que se adivinaban algunas nubes asediando el oscuro firmamento. Al fondo, tras la ciudad, se ocultaban varias estructuras montañosas entre la negrura celeste.
«Dios..., hasta se puede apreciar el blanquecino halo lunar», susurró, impresionado ante aquella asombrosa nitidez. Volvió a reparar en los personajes, en sus antiguas vestimentas..., incluso pudo distinguir los rasgos de la carita de la niña que paseaba junto a sus padres. Dos hombres en la entrada de un establecimiento desviaban sus miradas hacia una hermosa mujer vestida de blanco que pasaba por delante con talante altanero. Cerca de la dársena, un grupo de chiquillos lanzaban piedras a las oscuras aguas, estas se ondulaban en un sosegado oleaje manteniendo una mágica conjunción con el resplandeciente reflejo astral.
Aquella misma tarde la imagen se lucía esplendorosa en la pared de su habitación. Pasó varias horas contemplándola, recostado en su cama, embebido en sus reflexiones. Rehusó volver a fumar en aquel entorno por miedo a dañar la profunda nitidez de la obra.
«¿Quién habrá sido el autor?», se preguntó, como en tantas otras ocasiones, sin mayor pista que una simple rúbrica en la esquina derecha del lienzo que apenas se dejaba notar entre la tonalidad de colores. En el momento que adquirió el cuadro no dudó en consultar al anticuario, pero este no le supo responder con total claridad. Un día simplemente se lo empeñaron a un módico precio y no volvió a saber nada más del extraño anónimo; recalcó lo de extraño por sus modos, el tipo parecía algo angustiado, nervioso. Desde un principio advirtió su calidad, y tras una suerte de regateos finalmente llegaron a un acuerdo, de eso había transcurrido un año más o menos, que era el plazo que habían acordado para, en el caso de no volver a por él, poder ponerlo en venta, y así lo hizo.
Cada noche lo admiraba antes de apagar la luz, y poco a poco se fue acostumbrando a verlo allí, en sus innumerables veladas, haciéndole compañía mientras leía algún libro. De cuando en cuando desviaba la mirada quedándose absorto por unos instantes, medio hechizado. Se desprendía de sí mismo y el tiempo transcurría sin que se diera cuenta, perdía toda noción..., simplemente lo contemplaba atentamente logrando evadirse de la realidad. No se cansaba de fantasear, de imaginarse él mismo dentro de aquel paisaje nocturno, bello, misterioso y a la vez tenebroso. En ocasiones sentía que tuviera vida propia; cuando tenía la vista cansada creía notar como si los personajes hubieran cobrado vida, como si se movieran... Percibía cómo interactuaban... La mujer seguía caminando, con su talante altanero. Los carruajes se deslizaban calle abajo, la niña se balanceaba entre sus padres agarrada a sus manos, y los chiquillos correteaban mientras arrojaban piedras a las oscuras aguas, que se alborotaban meciendo el reflejo de la luna... Pero una noche algo le inquietó, en aquel instante dejó de jugar a cansarse la vista y vislumbrar fantasías con la imaginación. Se recostó suavemente sobre la cama y observó muy detenidamente..., la torre, el reloj..., las dos agujas del reloj estaban un poco separadas, o eso le pareció, señalaban las doce y cinco exactamente. Dudó unos segundos, se frotó los parpados y volvió a mirar el cuadro..., la imponente torre, las agujas del reloj... Los pelos se le pusieron de punta mientras sus mudos labios murmuraron: «Imposible, no... No es posible. ¿Qué diablos está pasando aquí?».
Al acercarse un poco más reparó en otro pequeño detalle..., la niña no estaba en el lugar de siempre, se encontraba un poco más desplazada, junto a la barandilla. Sus padres parecían hacer el gesto de llamarla, pero ella aparentaba estar distraída observando algo, como si mirara hacia el cuadro desde el otro lado..., como si le mirase a él... Se apresuró en buscar la lupa, corrió hacia el salón medio despistado y cuando regresó a su habitación la encontró encima de la mesita de noche, se puso frente a la imagen y escrutó muy detenidamente. Para su sorpresa lo encontró todo normal, todo estaba como siempre; la niña se columpiaba agarrada a las manos de sus padres, y el reloj marcaba las doce en punto. Aturdido y perplejo suspiró en un segundo reparador, dejó que la ansiedad saliera de su pecho y volvió a comprobarlo para asegurarse. No supo qué pensar e intentó buscar una explicación razonable. «¿Una alucinación pasajera? Tal vez», concluyó.
Llevaba un tiempo notando algo extraño, incluso tuvo sueños con vivencias dentro de aquel paraje nocturno. Soñaba que se encontraba allí, paseándose por aquella ciudad adoquinada, entre aquellos personajes pintorescos, entre aquellos antiguos edificios a orillas del mar..., y con la mujer vestida de blanco, que a veces creía vislumbrar a los pies de su cama... Su imagen se le antojaba demasiado real pues la veía justo al despertarse. La figura blanquecina permanecía frente a él unos instantes hasta que se desvanecía como el sueño, dejándolo con la incógnita.
También comenzó a tener pesadillas, cada vez más angustiosas, por las que cada noche se despertaba de un sobresalto empapado en un sudor frío, desesperado. En ellas veía cómo extrañas formas oscuras salían del cuadro y se deslizaban a su alrededor hasta detenerse a ambos lados de la cama al amparo de una espesa niebla que flotaba por toda la estancia. La claridad de la luna llena también penetraba a través de aquella ventana sobrenatural. Poco a poco las formas se le iban acercando y de golpe se abalanzaban sobre él agarrándolo e intentando arrastrarle mientras pataleaba desesperadamente para liberarse de sus garras. Devorado por el terror suplicaba a aquellos entes sin rostro que lo soltaran y lo dejaran en paz. Finalmente, los extraños seres regresaban a su mundo emitiendo leves murmullos y se disolvían en las oscuras aguas, justo en el lugar donde caían las piedras que lanzaban los chiquillos.
Varias semanas después le volvió a suceder... Tras el sobresalto, creyendo haber despertado de la pesadilla fue a la cocina a beber un poco de agua, después volvió a recostarse sobre la cama permaneciendo ensimismado unos instantes, evaluando la situación, lo que le estaba ocurriendo. Justo cuando estaba a punto de apagar la luz miró hacia el cuadro, entonces algo llamó su atención... Observó atentamente, sin pestañear..., el grupo de niños que correteaban y se acercaban al muelle, desde donde lanzaban piedras al mar... Sus movimientos eran casi insignificantes, le resultó algo turbador ver aquellos diminutos cuerpecillos titilando de un lado a otro. También notó el tenue balanceo de las oscuras aguas, y de nuevo un escalofrío recorrió todo su cuerpo cuando reparó en el reloj... Cogió la lupa de la mesita y se aproximó al lienzo..., esta vez las agujas señalaban la una en punto. Sintió los latidos de su corazón en las sienes, la respiración se le entrecortaba. Quería pensar que aquello no estaba sucediendo realmente, que se encontraba en otra de sus pesadillas y de un momento a otro despertaría. Examinó un poco más abajo, hacia la niña, que ya no estaba en su lugar, de hecho, no estaba. Buscó con la lupa, rastreó cada centímetro de la pintura y después volvió a colocar la lente sobre sus padres, que curiosamente parecían mirar hacia el cuadro desde el otro lado..., como si le observaran a él mismo.
«Esto es demasiado», balbuceó mientras frotó sus ojos con fuerza, aquello le pareció surrealista. Observando de cerca la imagen parecía congelada, aunque mantenía los cambios, todos excepto uno..., el reloj de la torre marcaba la una y cinco... El corazón le dio otro acelerón y su respiración se detuvo por completo. Un pequeño mareo le zarandeó de súbito, pero logró sobreponerse ante aquel descabellado y macabro espejismo. Volvió a comprobarlo, y de nuevo sintió que se le comprimía el pecho, la niña seguía sin estar... En ese momento escuchó un ruido extraño que le sobresaltó, se volvió a su derecha y lo que vio le hizo proferir un grito de horror... Allí, justo a su lado, en la entrada de la habitación..., sonriéndole con su carita angelical. Ander cerró los ojos fuertemente y al abrirlos la siniestra aparición se confirmó, para su espanto. La pequeña dio un pasito hacia adelante y otro hacia atrás..., otro adelante y otro hacia atrás..., como jugueteando. Soltó una pequeña risita y se mantuvo quieta unos instantes, después ladeó levemente la cabeza frunciendo el entrecejo en un gesto interrogativo…, poco a poco su expresión se fue volviendo más siniestra... Ander se quedó petrificado y los ojos se le pusieron como platos ante aquella aparente ilusión. De repente la niña se le abalanzó extendiendo sus brazos y él retrocedió mientras forcejeó en un vano intento por apartarse de aquel espectro que pareció entrar en su cuerpo.
«¡Dios!», vociferó al despertar de la pesadilla. Exhaló una fuerte bocanada de aire al tiempo que se incorporó en la oscuridad, donde aún percibió algunas secuencias residuales de la fantasmagórica alucinación, le costó un poco situarse. El radio despertador marcaba las 02:00 de la madrugada. Rápidamente encendió la luz y se acercó al cuadro, todo parecía normal. Las agujas del reloj de la torre señalaban las doce en punto, y la niña estaba entre sus padres. Descargó un suspiro de alivio y se quedó pensativo sin dejar de observar a la niña, suponiendo que quizás se estaría obsesionando demasiado... Entonces algo despertó su curiosidad, algo que al principio le pareció una pequeña brizna sobre el lienzo. Buscó su lupa, pero no la vio encima de la mesita, donde creía haberla dejado. Registró por el salón y después ojeó en la cocina sin conseguir encontrarla. Al volver a la habitación sacó sus gafas de lectura del cajón, se aproximó y ajustó la distancia del cristal para analizar con detenimiento un extraño objeto que tenía la niña en una mano, cuando lo distinguió se le cayeron las gafas al suelo..., el objeto esférico que sujetaba la niña con la mano derecha, parecía una lupa.
Se sentó a los pies de la cama frotándose las manos, después apretó los puños con fuerza corroborando que estaba despierto, creyó estar totalmente convencido de ello. Volvió a clavar sus ojos en la imagen y la examinó con cierta indiferencia.
«Pero ¿cómo es posible?», se preguntó una y otra vez, la cabeza le daba vueltas.
Abrió la ventana y se asomó para respirar un poco de aire fresco. La luna llena resplandecía en el oscuro cielo estrellado luciendo un esplendoroso halo..., entonces tuvo una súbita revelación al recordarse en esa misma situación la última vez que le pasó algo parecido. Se volvió y contempló la pintura con atención... Cayó en la cuenta de que le quedaban unos veintinueve días hasta que volviera a suceder. Sí, era en noches de luna llena, aproximadamente entre las doce y las dos de la madrugada cuando aquella imagen parecía interactuar con la realidad, reflexionó.
«¿Y si fuera una puerta, un vínculo entre las dos realidades?», se planteó mientras una hipótesis descabellada se deslizó entre sus pensamientos, una idea que sostuvo unos instantes y luego expresó en un susurro que le causó un estremecedor escalofrío.
«¿Y si pudiera entrar yo, a través de mis sueños?», concluyó al tiempo que se le pusieron los pelos de punta. Era una posibilidad que descartó en el acto y con rotundidad al recordar las tenebrosas pesadillas..., aquellas criaturas espectrales no le inspiraron buenos augurios, ni se le ocurriría intentarlo. Aunque la idea le fascinaba, más aún le aterraba.
Aguardó hasta el siguiente plenilunio mientras consideró las más diversas conjeturas acerca de la naturaleza de aquel misterioso cuadro que parecía estar encantado. En sí mismo no presentaba nada anormal, era un simple lienzo engarzado a un marco de madera, eso sí, una bella pintura que había conseguido cautivarlo hasta un punto obsesivo; una imagen que desde el primer momento le resultó fascinante, mágica. Sopesó la posibilidad de que tal vez se hubiera dejado sugestionar por el esplendor de la obra... Eso, sumado a su exaltado afán por poseer aquel logro artístico, para él inalcanzable, podría haberle provocado aquellos inauditos estados de conciencia. En el fondo deseaba que fuera así, que tan solo fuese víctima de su frustración. Sus propios deseos se habían transformado en delirios, unos delirios capaces de distorsionar su percepción de la realidad recreando en su mente imágenes y situaciones que no existían. Aunque había un pequeño detalle que escapaba a toda lógica y echaba abajo toda explicación racional, un detalle que a cada instante lo arrastraba más y más hacia el pozo de la desesperación... El objeto que tenía la niña en su mano.
Aquella noche la luna llena aparecía y desaparecía entre oscuros nubarrones que se apelotonaban amenazando con descargar su furia en cualquier momento. El paisaje nocturno, acariciado por una fuerte brisa, parecía vaticinar malos presagios. Ander paseaba por la playa, inquieto, aguardando a que llegara la hora, o más bien a que pasara la hora pues no se atrevía a volver a su casa, no quería dormirse esa noche y dejar que su imaginación, el maldito cuadro, o lo que fuera le jugara otra mala pasada, aunque en el fondo sentía una inevitable curiosidad por saber qué ocurriría en su habitación.
Dieron las doce, las doce y cuarto, las doce y media..., deambulaba arrastrando los pies entre la arena, enterrándolos cada vez más a medida que su angustia aumentaba a cada minuto que pasaba. Las campanas de la catedral sonaron a lo lejos en un único golpe que lo sacó de su trance..., dieron la una de la madrugada, lo que tuviera que suceder ya estaría sucediendo.
Contempló el paseo de La concha, solitario en una noche como aquella. Tan solo algún coche que pasara por la zona mostraba un atisbo de vida que al poco desaparecía tras el Hotel Londres. Miró al otro lado, hacia la zona del Bulevar... Una mujer caminaba despacio mientras su blanco vestido ondeaba a merced de la brisa…, en ese preciso instante se detuvo apostándose junto a la barandilla. Se fijó en ella con cierto disimulo, la extraña figura lo dejó desconcertado, le resultó incoherente. Agachó la cabeza y, con tranquilidad fingida, se acercó hacia las escaleras, sacudió la arena de sus pies y se puso las deportivas. Subió los escalones con lentitud y salió al paseo mirándola de soslayo, entonces la mujer se volvió y empezó a caminar en su dirección con elegante parsimonia. Ander ajustó su gabardina y se dirigió hacia ella, intrigado; el corazón empezó a latirle con fuerza al tiempo que su intuición le advertía lo peor. A medida que se aproximaron el pecho se le fue comprimiendo hasta dejarlo casi sin respiración. Su vestido blanco de otra época, sus guantes y su paraguas le despejaron de toda duda... Había visto antes a aquella mujer, montones de veces, sabía perfectamente de quién se trataba..., era la misteriosa mujer del cuadro. Al pasar a su lado los pies le flaquearon, se quedó atónito en el instante que percibió su aroma, sutil y embriagador, su largo pelo negro meciéndose con el soplo del viento. Ambas miradas coincidieron en un segundo seductor al tiempo que un torbellino de sensaciones le acribilló al contemplar su pálido rostro perfectamente moldeado. Su piel parecía irradiar una luminosidad propia entre las sombras que plasmaban la penumbra de su alma. Aquellos ojos oscuros, aquellos rasgos formaban una expresión que le caló hasta lo más profundo de su ser... En un arrebato detuvo sus pasos y se volvió repentinamente, pero para su sorpresa la mujer ya no estaba, había desaparecido. El eco de las campanas se perdió en el vacío de la noche marcando el primer cuarto. Ander se deslizó por las calles del casco viejo, enfrascado en sus pensamientos, anclados en aquella mirada, en aquel hermoso espejismo.
Entró en su casa y fue directo a su habitación. Encendió la luz y observó el cuadro con sumo detenimiento, jadeante tras la presurosa carrera... La mujer no estaba, se lo temía, y le angustiaba lo que tenía que suceder de un momento a otro; ella tendría que regresar, de alguna manera debía incorporarse a su realidad. Se propuso esperarla, pasase lo que pasase, necesitaba verla de nuevo, descubrir aquel secreto... Las campanas sonaron marcando los dos cuartos. Inspeccionó de nuevo el cuadro, el reloj de la torre marcaba la misma hora, todo lo demás parecía normal, excepto la mujer, que seguía sin estar. Se asomó a la ventana y al escrutar entre la penumbra vio cómo un gato negro cruzaba la angosta callejuela, la tranquilidad astuta del animal lo apaciguó unos segundos. Advirtió que estaba empezando a llover. Ander aguardó con desesperación al tiempo que las campanadas marcaron los tres cuartos, cada minuto ralentizaba aún más sus movimientos cautelosos..., y por fin, al fondo de la calle, entre la bruma distinguió su elegante semblante...
«¡Es ella!», musitó en una explosión emocional dentro de sí.
Observó cómo se acercaba con el paraguas abierto apoyado sobre su hombro, aunque no percibió ningún sonido en su caminar, elegante y majestuoso. Parecía que aquella figura levitara. Detuvo sus pasos frente al portal, se volvió inesperadamente y sus miradas coincidieron un instante antes de entrar. No oyó el traqueteo de la puerta, lo que sí escuchó de inmediato fue un chasquido a sus espaldas..., al girarse dio un respingo hacia atrás. Ella estaba en su habitación, justo en la entrada, mirándolo fijamente. Su expresión era glacial, pero cautivadora al mismo tiempo. En ese momento una extraña sensación lo envolvió hechizando su convicción... Sus hipnóticos y profundos ojos negros, su tez pálida y la belleza de su talante, una belleza salvaje que irradiaba fuerza y poder.
Armándose de valor se acercó hacia ella sin poder articular palabra alguna, extendió el brazo y acarició su sonrosada mejilla sintiendo una descarga... Las campanas comenzaron a sonar en la lejanía marcando las dos en punto.
Al día siguiente, el compañero de piso encontró a Ander tendido sobre su cama, sin vida. Poco después el forense dictaminó que había muerto de un paro cardíaco.
Cuatro semanas más tarde, Héctor, el nuevo inquilino, se hospedó en aquella misma habitación, era estudiante. Tras descargar el equipaje se asomó a la ventana para contemplar un día espléndido, después organizó la ropa y colocó sus libros en la estantería. Al meter las maletas bajo la cama descubrió un objeto que había tirado en el suelo, lo recogió y lo examino frunciendo el ceño en un gesto interrogativo antes de guardarlo en un cajón de la mesita..., era una simple lupa. Cuando se hubo acomodado decidió tumbarse un rato, el viaje había sido agotador. Se quitó los zapatos para estirarse sobre la cama, encendió un cigarrillo e intentó relajarse. Reparó en el cuadro que colgaba de la pared y lo observó con suma atención unos instantes hasta que, cediendo a la curiosidad, se acercó para examinarlo con más detenimiento...
Contempló aquel paisaje nocturno a orillas del mar… Los barcos atracados en la dársena, los carruajes, la luna llena perfilando los montes, el grupo de chiquillos correteando junto al muelle, la niña junto a sus padres... Dos hombres en la puerta de un establecimiento desviaban sus miradas hacia una pareja que pasaba por delante..., la mujer vestía de blanco, llevaba una sombrilla en la mano, o un paraguas, no lo distinguió muy bien. El hombre le pasaba el brazo por la cintura... Miraban hacia el frente con cierto aire romántico, como si contemplaran una estrella..., como si miraran hacia el cuadro desde el otro lado... Las agujas del reloj de la torre marcaban las doce en punto exactamente. Héctor se apartó del lienzo, ensimismado, preguntándose qué lugar sería aquel, y que época...
Esa noche la luna llena brilló esplendorosa en el cielo de San Sebastián.
SINOPSIS:
Comenzará a verse envuelto en una serie de sucesos insólitos que le introducirán en un mundo surrealista, donde cada noche una extraña presencia interfiere en sus sueños. A través de los sueños le revelará una trágica historia ocurrida en aquel mismo lugar.
Juan realizará su propia investigación, una investigación que le conducirá al borde del abismo. Varios años después, descubre que la trágica historia que vio en sus sueños sucedió realmente, cuyos hechos giran en torno a un proceso inquisitorial consumado en el siglo XVI. Para su sorpresa descubrirá que la extraña presencia también existió realmente, y que fue una de las víctimas ajusticiadas en aquel proceso por brujería...
A partir de ahí, su forma de ver el mundo cambiará por completo, más aún al darse cuenta de que, sin saberlo, la presencia ha vuelto para formar parte de su vida...
– Otra vez la maldita pesadilla – musité mientras me frotaba los ojos. Cogí el botellín de agua y le di un par de tragos, luego esperé un tiempo prudencial e intenté pensar en otra cosa. Las lejanas campanadas precedieron al informativo de las dos. Apenas presté atención a las noticias. Bajé un poco el volumen del aparato hasta dejar un tenue murmullo radiofónico de palabras casi ininteligibles. Aquel leve sonido me reconfortaba, hacía que me sintiera menos solo. Di media vuelta y me escondí entre las sábanas... Las imágenes inconexas reaparecieron, y volví a situarme ante el melancólico paisaje, junto a la extraña presencia, en el mismo camino...
Justo en ese momento desperté lleno de angustia, con el cuerpo empapado en un sudor frío, sumido en ese estado en el que aún no estaba convencido de si realmente estaba despierto; algunas imágenes del sueño seguían barajándose en mi mente... Tras unos segundos me despejé e intenté girarme para cambiar de postura, entonces noté algo extraño... Instintivamente miré a mi derecha, pero solo distinguí la forma de algunos objetos en la penumbra. Estaba convencido de que había despertado, aunque todavía seguía notando una ligera presión... ¡Como si alguien continuara sujetándome de la mano!... Intenté mover el brazo, pensé que quizás se me abría quedado dormido, entonces sentí como la presión se hizo más fuerte... ¡De repente algo tiró bruscamente de mi!...
En un sobresalto, hice un forcejeo para liberarme de aquella misteriosa fuerza al tiempo que me incorporé de inmediato mirando hacia todas partes, asustado y claustrofóbico. Aquella fuerza inexplicable casi consiguió sacarme de la cama...
– ¿Cómo está Gloria? – pregunté intentando desviar la conversación.– Como siempre, ya sabes, ocupada con sus cursillos. Ahora está de viaje, en Madrid. Se ha ido con una amiga a ver a un monje hindú, para instruirse en no se que técnicas de relajación. Te manda muchos recuerdos. Haber si te pasas por casa algún día, tiene ganas de verte.– En cuanto termine con todo este trajín será lo primero que haga. Dale un fuerte abrazo de mi parte, ¿vale?– Descuida, se lo daré.– Marta me ha llamado varias veces preguntando por ti. Yo también te he estado llamando. ¿Por qué no contestas al teléfono?
RELATOS Y REFLEXIONES
BUSCANDO UN CAMINO HACIA LA CLARIDAD
Intento guardar las apariencias a medida que me aventuro a deambular por sendas y lugares desconocidos, pero aun así, a cada segundo que transcurre sigo queriendo tomar forma dentro de este maremágnum de opciones, dentro de esta especie de laberinto oscuro.
Ahora me doy cuenta de que durante todo este tiempo he escuchado sola y únicamente la voz de mis propias obsesiones, o quizás de mi propio ansia, cometiendo la osadía de creer que he tomado el camino correcto. Un camino que de nuevo me ha llevado hacia ninguna parte..., tal vez hacia esos instantes que una vez soñé, simples fantasías. ¿De dónde, de qué parte de mí surgió esa sensación, ese impulso al que he obedecido incondicional y ciegamente?
"¿Porqué tuvo que sucederme a mi?" Me pregunto a medida que sigo avanzando, cometiendo una y otra vez los mismos errores a cada paso que doy. Pero hay algo en mi interior que me obliga a continuar, aun a coste de tener que reprimir muchos de mis deseos, ya que sé que aún es muy pronto para saber gozarlos en toda su plenitud, ni siquiera el alba ha despuntado para que sea capaz de valorar el trecho recorrido.
Entre otras cosas, descubrí que para poder descifrar el porqué de algunas incógnitas, o incluso ver en mi propio interior, no he necesitado de ciencias ni religiones, ni tampoco de enseñanzas, sino del "Don" más antiguo que existe, el propio instinto.
En cierta manera he comprendido que, a cada paso, algo en mi interior ha ido transformándose de forma evolutiva, para mi propia sorpresa y asombro; ¡yo, que creía conocerme a mí mismo!
Siento como si pudiera moldear mis propias emociones, aquellas emociones de las que era esclavo, que terminaban enturbiando y confundiendo mis sentidos en la orientación. Ahora creo ver mi rumbo con más claridad y determinación, ya que he dejado de creer en espejismos materiales...Ahora, sabiendo que no me queda nada que perder, no temo la locura ni la cordura, pues he dejado de ser objeto de catálogo. La necesaria soledad y aislamiento que me impuse me eximen de toda posibilidad de comparación, por lo tanto, he dejado atrás la envidia y la codicia. Mis ambiciones deben situarse por encima de todos esos valores deshonestos y mundanos.
Y continúo el largo camino, con la mirada puesta en el horizonte, exento de magos que intenten promulgar vanas emociones; ahora sé que solo necesitaba de la naturaleza, del aire, tierra, agua, calor...y un sueño, algo que parezca inalcanzable, un verdadero desafío que por fin despertara mi curiosidad e intriga, algo que verdaderamente valiera la pena y aliviara mi agotamiento. Algo tan grande que pudiera eclipsar a todos mis demonios, e incluso que me otorgara un nuevo Dios.
Ahora que al menos creo haber despertado, ¡corro desesperadamente en busca del tiempo perdido!, de las respuestas que tanto ansío, de esa simple verdad...
Ahora, sintiéndome cazador y no presa de un destino.
He buscado en los confines de la razón, atendiendo a la sensatez obvia, y sigo avanzando cauteloso, con cierta prudencia. Sé que con el tiempo y la propicia madurez podré descifrar el motivo de mis inquietudes. Hasta ese momento ansiado debo continuar solo mis andanzas, perdido en un único sendero que me guiará hacia no sé qué confines, dejando por propia necesidad mis burdas opiniones.
Algunas veces pienso que alguien me ha maldecido. Recuerdo a duras penas aquella vida que una vez tuve, y a la cual renuncié no sabiendo entonces lo que hacía. Pero en resumidas cuentas, sé que todo esto debe de tener algún sentido, ha de tener algún significado, y eso es lo que precisamente me desconcierta, me incomoda, me da verdadero miedo; es el único motivo por el cual en mis sueños tengo una y otra vez esa misma angustiosa pesadilla; con la caída hacia el vacío infinito. Sintiendo que estoy a punto de precipitarme al abismo, experimentando ese vértigo, sin encontrar ninguna mano a la que poder agarrarme, sin ningún lugar donde esconderme y así encontrar algo de refugio. Después, solo oscuridad... Despierto repentinamente sintiendo gran pavor. Empapado en un sudor helado, observo aún las imágenes residuales de la espantosa visión que me caló hasta el alma.
Continuo caminando hacia el horizonte, hacia ese lugar que aún no puedo divisar con claridad; el alba aún no ilumina el sendero. Tan solo me acompaña el nimio recuerdo de una melodía, una dulce melodía que de vez en cuando me hace sentir la ilusión de saber que aún sigo siendo humano... Ahora siento algo de familiaridad dentro de este entorno lleno de penumbra, que no es sino un transcurso de emociones que se han ido plasmando en mi propia realidad, y es donde poco a poco he podido descubrir mi fuerza... Para poder comenzar la búsqueda de un camino primero hay que estar verdaderamente perdido.
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